Juan Guaidó es el producto de un proyecto estadounidense de una década, supervisado por los entrenadores de élite del cambio de régimen. Mientras se hace pasar por un campeón de la democracia, Guaidó ha pasado años al frente de una violenta campaña de desestabilización.
Primero lo más simple: Guaidó es miembro del partido Voluntad Popular, fundado por Leopoldo López y protagonista de los enfrentamientos llamados guarimbas que costaron la vida de un par de cientos de venezolanos entre 2014 y 2017 (lo que nadie te dice es que 70% de los muertos fueron chavistas). Voluntad Popular es el sector más pro-norteamericano, neoliberal e intransigente de la oposición antichavista, que rechaza cualquier tipo de negociación que no implica una purga total de los adherentes de Chávez y un desmantelamiento de todos los programas reformistas de las últimas dos décadas.
Guaidó fue uno de los personajes identificados como dirigentes de esas protestas y guaarimbas sangrientas.
En el seminario paatrocinado por la petrolera mexicana Petroquímica del Golfo y la banca JP Morgan; Durante el seminario, según los emails de uno de los participantes, se planificó la desestabilización del gobierno de Venezuela, incluyendo el asesinato de Hugo Chávez y luego el de Nicolás Maduro. Las guarimbas de 2014 fueron parte de esa campaña, y en diversos videos se pueden ver a los dirigentes estudiantiles con camisetas que dicen Voluntad Popular. Entre ellos estaba Guaidó.
En diciembre de 2018 Guaidó viajó en secreto a Washington para planificar las movilizaciones en contra de Maduro que ocurrieron en enero de 2019. Allí recibió el compromiso de apoyo de los senadores trumpistas Marco Rubio, Rick Scott y el diputado Mario Díaz Ballart, para luego reunirse con el secretario de estado Mike Pompeo. El 5 de enero, antes de regresar a Venezuela, Guaidó fue nombrado presidente de la Asamblea Nacional, y 18 días más tarde se autoproclamó «Presidente a Cargo» de Venezuela (un título que constitucionalmente no existe). Rápidamente Washington se movilizó para reconocerlo mientras presionaba a sus aliados y títeres para que hicieran lo mismo.
Antes del fatídico día 22 de enero, menos de uno de cada cinco venezolanos había oído hablar de Juan Guaidó. Hace solo unos meses, el hombre de 35 años era un personaje oscuro en un grupo de extrema derecha políticamente marginal, estrechamente asociado con actos espantosos de violencia callejera. Incluso en su propio partido, Guaidó había sido una figura de nivel medio en la Asamblea Nacional dominada por la oposición, que ahora se encuentra bajo desacato de acuerdo con la constitución de Venezuela.
Pero después de una sola llamada telefónica del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, Guaidó se autoproclamó presidente de Venezuela. Ungido como líder de su país por Washington, un habitante del fondo político anteriormente desconocido fue trasladado al escenario internacional como líder de la nación con las mayores reservas de petróleo del mundo seleccionado por los Estados Unidos.
Guaidó fue entrenado para socavar el Gobierno de orientación socialista de Venezuela, desestabilizar el país y un día tomar el poder. Aunque ha sido una figura menor en la política venezolana, pasó años demostrando en silencio su valía en los pasillos del poder de Washington.
"Juan Guaidó es un personaje que se ha creado para esta circunstancia", dijo a Grayzone Marco Teruggi, sociólogo argentino y cronista principal de la política venezolana. "Es la lógica de un laboratorio: Guaidó es un conjunto de elementos que crean un personaje que, con toda honestidad, oscila entre la risa y la preocupación".
Mientras Guaidó se vende hoy como la cara de la restauración democrática, pasó su carrera en la facción más violenta del partido más radical de oposición de Venezuela, posicionándose a la vanguardia de una campaña de desestabilización tras otra. Su partido ha sido ampliamente desacreditado dentro de Venezuela y es en parte responsable de fragmentar una oposición muy debilitada.