CHARLOTTESVILLE. La pequeña ciudad universitaria de Charlottesville (Virginia, EE.UU.) trata de recuperar la calma tras la caótica y violenta jornada del sábado, que se saldó con tres muertos y más de una veintena de heridos, y que recordó la convulsa época de la lucha por los derechos civiles de 1960.
“Era como volver a 1960, a las películas de esa época”, comenta a un grupo de periodistas el joven afroamericano Deandre Harris, que fue golpeado por miembros de la marcha supremacista blanca “Unir a la derecha” en una estacionamiento de la ciudad.
“Neonazis, supremacistas golpeando con palos y bates a un negro a menos de cien metros de la policía”, explica Harris mientras muestra el brazo escayolado con una muñeca rota y varios puntos de sutura en el ojo y la cara amoratada.
Los testigos enseñan fotografías con los participantes en la marcha, que esgrimían esvásticas nazis y anagramas del Ku Klux Klan. No en vano, uno de ellos era el histórico líder del grupo racista sureño, David Duke.
Durante la mañana de hoy, el centro histórico reunía a grupos de ciudadanos conversando en voz baja, en medio de un ambiente taciturno y sorprendido por la dimensión de lo ocurrido.
“¿Quién era esa gente?, ¿de dónde salieron? Estaba caminando la calle principal y sentía miedo, estaba en estado de shock”, afirma Laura Stuart en un café al charlar con la dueña.
La ciudad, de apenas 50.000 habitantes y situada a 200 kilómetros al suroeste de Washington, es un enclave progresista en el centro de Virginia, una zona tradicionalmente conservadora.
Conocida por sus bien surtidas librerías, Charlottesville es la sede la Universidad de Virginia, por lo que cuenta con un gran número de jóvenes y una dinámica vida cultural que contrasta con el resto del estado.
Los ánimos se volvieron a caldear, sin embargo, cuando a mediodía se anunció una rueda de prensa por parte de Jason Kessler, organizador de la marcha supremacista, y cerca de dos centenares de personas se acercan a la sede del ayuntamiento, donde estaban preparados los micrófonos.
Ante los continuos gritos de “vergüenza”, “nazis váyanse a casa” y “cómplice”, Kessler fue incapaz de ofrecer sus declaraciones y finalmente tuvo que salir del lugar escoltado por la policía local.
Entre los causantes del estruendo se encontraba Kim Garccank, estudiante de la Universidad de Virginia y que portaba un curioso cartel con el lema: “Abrazos gratis”.
Garccank dice estar profundamente entristecida y afirma que “es increíble que haya que estar en 2017 defendiendo los derechos civiles de las personas, más allá de credo o raza”.
A su juicio, el principal responsable es el presidente estadounidense, Donald Trump, ya que “podría cerrar esta polémica con una declaración. Una sola declaración señalando directamente a los extremistas lo haría. Y no la hace”.
“Con su actitud (Trump) deslegitima totalmente el resultado electoral”, enfatiza la joven.
Para Bob Fenwick, concejal local, el problema es la sombra que estos incidentes arrojan sobre el futuro.
“El odio vino ayer a Charlottesville. Estamos tratando de algo muy oscuro y terrible. Vinieron con el objetivo marcado de dañar a la gente, y lo han logrado”, indica Fenwick, quien asegura que el día de ayer fue “el peor” que recuerda en sus cuatro décadas viviendo en la ciudad.
Alfonso Fernández