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lunes, 22 de agosto de 2016

Los dos pueblos de Quisqueya : Frank Moya Pons

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Palabras de clausura del Seminario "The Two Nations of Quisqueya: Haitian-Dominican Relations at the Turn of the Century" (Las Dos Naciones de Quisqueya: Relaciones Haitiano-Dominicanas a la Vuelta del Siglo) pronunciadas por Frank Moya Pons por invitación del Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), en The City College of New York, el día 8 de diciembre de 1995.  

Por Frank Moya Pons

Las relaciones domínico-haitianas van a evolucionar en función de cómo evolucione el antihaitianismo en la República Dominicana. Fíjense que durante el día de hoy ninguna de las presentaciones tenía nada que ver con el antihaitianismo ni con el antidominicanismo, pero esos fueron dos temas que surgieron y se discutieron continuamente. 

He estado reflexionando durante todo el día de hoy, y quisiera proponerles que pensemos el antihaitianismo separadamente, en dos vertientes. A una de ellas vamos a llamarle "antihaitianismo histórico", y a la otra propongo que le llamemos "antihaitianismo de Estado". El antihaitianismo histórico surge de, y se sostiene en, la evolución real de ambos pueblos, de ambas naciones. En su origen remoto, este tipo de antihaitianismo tiene mucho que ver con las malas relaciones que sostenían franceses y españoles en el siglo 18 en la isla de Santo Domingo. 

Aquéllos que han tenido la ocasión de estudiar la historia colonial de la isla durante ese siglo deben recordar lo difíciles que eran las relaciones entre Francia y España en Santo Domingo, y los conflictos permanentes que existían entre autoridades francesas y españolas, y entre colonos franceses y españoles. Existe, pues, una raíz de malas relaciones entre ambas partes de la isla que se deterioran al comenzar la revolución haitiana, se agravan después que España cede la isla a Francia en 1795, y llegan a su peor momento durante las invasiones haitianas de 1801 y 1805, explicadas esta mañana por Max Manigat y comentadas por algunos de los participantes de este seminario. 

 Estas invasiones marcan todavía la psicología dominicana y son realmente la raíz histórica del antihaitianismo. Recuerden ustedes que la invasión y ocupación de la parte oriental de la isla por Toussaint en 1801 y, luego, la invasión por Dessalines y Christopher, en 1805, produjeron violentos enfrentamientos entre haitianos y dominicanos que quedaron registrados en los textos históricos. 

En el diario de campaña de Dessalines, por ejemplo, hay descripciones de los horrores de esa guerra que, dicho sea de paso, no era una guerra de haitianos contra dominicanos, sino contra franceses que estaban gobernando en ese momento la parte oriental de la isla. Al final de la campaña de 1805, durante la retirada del ejército haitiano, quienes llevaron la peor parte fueron los plobladores dominicanos de las villas de Monte Plata, La Vega, Moca, Santiago y de algunas aldeas campesinas en la región central del país. Las matanzas de gente inocente y la destrucción de esos pueblos por las tropas de Dessalines marcaron el alma dominicana. Luego, la ocupación haitiana de la parte oriental de la isla ejecutada por Jean Pierre Boyer a partir de 1822 creó tensiones sostenidas durante 22 años que culminaron en la proclamación de independencia de los dominicanos en 1844. 

La rebelión independentista dominicana fue sucedida por una serie de invasiones militares haitianas y hubo una guerra de 17 años entre dominicanos y haitianos. Es durante esta guerra que comienza el antihaitianismo de Estado porque el Estado dominicano hace uso de la memoria colectiva, de los temores de la guerra y de los horrores de las invasiones de principios de siglo, y convierte esa memoria en material de propaganda de guerra para sostener vivo el espíritu bélico dominicano que lucha por su independencia. 

Ese temprano antihaitianismo de Estado cesa durante los años que siguen a la anexión a España en 1861 porque el gobierno haitiano, presidido por el general Fabré Gefrard, ofreció ayuda a los independentistas dominicanos que entraron en guerra contra España entre 1863 y 1865. La colaboración haitiana a los dominicanos en su lucha contra España generó un cambio en las relaciones entre las élites y los pueblos de ambos países, de tal manera que poco tiempo después de haber sido expulsados los españoles en 1865, los gobiernos de Haití y República Dominicana firmaron en 1867 el primer tratado de paz, amistad, comercio y navegación entre ambos países. A este acuerdo siguió un segundo tratado en 1874 para discutir la cuestión de los límites fronterizos que todavía no había sido resuelta. 

En el último cuarto del siglo 19, este tratado fue sucedido por una serie de negociaciones para definir los límites fronterizos en las cuales el Papa fue árbitro y mediador. Debo decir que en el curso de esas negociaciones, que tuvieron una duración de varias décadas (todavía en 1911 ambos gobiernos estaban negociando), el antihaitianismo de Estado resucitó junto con el antihaitianismo histórico en los escritos de intelectuales y en los periódicos. En realidad, el antihaitianismo histórico nunca desapareció. Como prueba, nada más hay que leer los interrogatorios que hicieron miembros de una comisión senatorial de los Estados Unidos a la República Dominicana en 1871 para que ustedes vean lo que opinaban los dominicanos de los haitianos ese año. 

Hay un antihaitianismo popular que pervive a través de los años y sigue vivo ya entrado el siglo 20. Por ejemplo, en el año 1918, el gobierno militar de la ocupación norteamericana hizo una encuesta para recoger las opiniones de los maestros e inspectores de educación de todo el país acerca del estado cultural de la población. Si ustedes leen esa encuesta podrán observar que cuando se preguntó acerca de los haitianos, las opiniones de los inspectores de educación, directores de escuelas y algunos maestros fueron consistentemente negativas. Las opiniones eran tanto más negativas cuanto más cerca de la frontera estaban los interrogados. Esto es muy importante tenerlo en cuenta porque esas opiniones reflejan las actitudes de los que tenían contacto directo o cercano con los haitianos. 

Hay que ver, por ejemplo, la opinión de Víctor Garrido, en ese momento inspector de educación de San Juan de la Maguana. Eran opiniones muy negativas. De manera que hay un antihaitianismo histórico subyacente, permanente, concreto, muy vivo. Durante la ocupación militar norteamericana había censura en ambos países. La prensa se recogió sobre sí misma, se perdieron muchas expresiones escritas, y parecería como si no hubiera antihaitianismo en la República. Sin embargo, el substrato cultural antihaitiano, el antihaitianismo histórico, siguió vigente, siguió existiendo, aunque no se encuentren publicadas muchas manifestaciones del mismo. 

Durante la ocupación militar norteamericana, la mentalidad antihaitiana persiste y se mantiene. Bernardo Vega ha mencionado cómo a partir de 1930 Trujillo hace un esfuerzo por mejorar las relaciones con Haití, por lo que se puede decir que el antihaitianismo de Estado entra en receso hasta la matanza de los haitianos en septiembre-octubre de 1937. 

A partir de este momento, el Estado recoge todos los contenidos del antihaitianismo histórico y los convierte en el material fundamental de la propaganda antihaitiana. Se elaboran entonces nuevas doctrinas antihaitianas, y el Estado trujillista convierte el antihaitianismo en un elemento consustancial a la misma interpretación oficial de la historia dominicana. 

 Si ustedes quisieran resumir este esquema, que desde luego no es completo, aunque yo creo que refleja un poco esa dialéctica entre ambas dimensiones, la estatal y la histórica, uno podría decir que el antihaitianismo histórico fue siempre básicamente político y sociocultural. Fue político en el siglo 19 porque atendía el problema de la supervivencia nacional. 

Los dominicanos hicieron una guerra para instalar y preservar una república, y en el curso de esa guerra uno de los gobernantes haitianos, el emperador Faustino Souluque, como parte de la propaganda de guerra, juró que si los haitianos triunfaban, ni las gallinas quedarían vivas en Santo Domingo. Eso, desde luego, asustó terriblemente a los dominicanos porque en Moca, en La Vega, en Santiago, las gallinas no quedaron vivas en 1805, y los dominicanos recordaban muy bien lo que se hizo durante la invasión de Dessalines. 

Es bueno que tengamos bien presente esos contenidos de la memoria histórica dominicana porque ellos sirven mucho para explicar la persistencia del antihaitianismo dominicano, sobre todo al final de la dominación haitiana y durante la guerra domínico-haitiana. Durante esa guerra la élite política dominicana utilizó como parte de su propaganda de guerra las diferencias raciales y las diferencias religiosas. Si ustedes leen los manifiestos de esos años, incluyendo el primer manifiesto de la independencia dominicana, observarán el esfuerzo que los dominicanos realizaban para marcar las diferencias nacionales que los separaban de Haití. 

Los dominicanos se veían a sí mismos diferentes de los haitianos, no solamente porque hablaban un idioma diferente, sino porque consideraban que su vida religiosa y sus instituciones eran diferentes a las haitianas, lo mismo que sus costumbres conyugales, familiares y domésticas. La autoconcepción nacional dominicana tendía entonces, como ahora, a marcar las diferencias con Haití. 

Ser dominicano durante la guerra de la independencia era no solamente no ser haitiano, sino también ser antihaitiano. "El que no sea mañé, que hable claro", era uno de los refranes más populares entonces. ¿Por qué? Porque el ejército estaba compuesto por muchos soldados procedentes de las clases populares que eran hombres jóvenes y viejos de color, y había zonas como San Cristóbal en donde la población era mucho más oscura que en otras zonas, y entonces los generales del ejército dominicano no sabían, recién terminada la dominación haitiana, cuál de esos negros podría ser todavía leal a Haití pues había sido justamente el gobierno haitiano derrocado el que los había sacado de la esclavitud 22 años antes. 

De ahí la importancia sociocultural del refrán: "el que no sea mañé, que hable claro". Ahora bien, el antihaitianismo de Estado también es un antihaitianismo político, pero a partir de la Era de Trujillo (1937 y 1938) su propósito fundamental no fue tanto mostrar las diferencias políticas con Haití, sino enfatizar las diferencias raciales con Haití. 

Durante la Era de Trujillo el antihaitianismo de Estado asume el racismo como elemento especial de su propia definición. Así ustedes pueden ver cómo los intelectuales de aquella época desarrollan un discurso racista que luego fue repetido "ad nausean" por los políticos y turiferarios del régimen trujillista durante 20 y tantos años, día tras día, en mensajes que trataban de acentuar las diferencias raciales, religiosas y también culturales del pueblo dominicano frente al pueblo haitiano. Los nombres de esos intelectuales y políticos no tengo que mencionarlos. Han sido mencionados aquí esta mañana: Peña Batlle, Balaguer, Rodríguez Demorizi y otros. 

Para concluir con esta primera parte, digamos que el antihaitianismo de Estado se asienta en el soporte sociocultural del antihaitianismo histórico, y se sostiene y trasmite a través del sistema educativo y a través de los medios de comunicación que el régimen de Trujillo usó muy eficientemente para inculcar entre los dominicanos el odio, el miedo y el desprecio a Haití. Todos los días, en todas las escuelas del país, durante los 25 años que siguieron a la matanza de los haitianos, a los niños dominicanos se les enseñaba cuáles eran las diferencias con los haitianos, y por qué ellos debían desconfiar de los haitianos. Este sistema de propaganda de Estado consolidó y transmitió la mentalidad tradicional del antihaitianismo histórico enarbolando una supuesta superioridad racial y política ya que la matanza del año 37 había demostrado la superioridad militar dominicana sobre Haití. 

Para enfatizar este último aspecto, el régimen hacía publicar frecuentemente que Trujillo gobernaba en Haití. Siendo yo muchacho escuché muchas veces decir que en Haití se hacía lo que Trujillo quería. Recuerdo muy bien cómo se nos predicaba eso en la escuela. No tengo que decirles a ustedes cómo ese antihaitianismo de Estado se prolonga después de la muerte de Trujillo. No crean ustedes que es solamente el neotrujillismo el que lo utiliza a partir de 1966 con el presidente Balaguer. El mismo presidente Bosch puso en movimiento el antihaitianismo de Estado cuando tuvo una confrontación con Duvalier en 1963. 

Para constatar esto ustedes nada más tienen que ver los periódicos dominicanos de esa época, y en ellos van a encontrar cómo los dominicanos se incorporaban a una campaña antihaitiana promovida por el gobierno de Bosch y derivada de un conflicto que está ocurriendo entre los presidentes de estas dos repúblicas y entre los gobiernos de estas dos repúblicas. Tan pronto comenzó el conflicto, los periódicos, los intelectuales, los políticos, los estudiantes, los profesores universitarios, y casi todos los demás sectores del país, se lanzaron inmediatamente a apoyar el movimiento oficial antihaitiano promovido por un gobierno electo democráticamente presidido por un presidente demócrata. De manera que el antihaitianismo de Estado no es una característica exclusiva del neotrujillismo. 

Ello explica que el antihaitianismo histórico no haya desaparecido, y muestra que en su persistencia interactúa y enriquece al antihaitianismo de Estado. Ahora bien, lo que esto nos dice a nosotros es que si queremos mejorar las relaciones entre ambos países y entre ambos gobiernos, de alguna manera tenemos que cambiar la mentalidad antihaitiana en la República Dominicana. En cuanto al lado haitiano, los mismos haitianos tienen que decirnos cómo cambiar el antidominicanismo en Haití, pero como Guy Alexandre muy bien puntualizó ayer, y lo repitió hoy, el antidominicanismo es poco sistemático en Haití, en tanto que el antihaitianismo es más sistemático en la República Dominicana. 

En Santo Domingo hay doctrina y discurso acerca de cómo enunciar y practicar el antihaitianismo. Además, hay también jurisprudencia y prácticas policiales: al haitiano se le golpea y luego se le interroga. Esto es muy importante tenerlo en cuenta. Así que, si no cambiamos la mentalidad, de nada sirven los tratados. En el año 1979 una delegación de alto nivel del gobierno haitiano, en un momento de apertura, visitó a la República Dominicana. Luego, el presidente Guzmán se reunió con el presidente Duvalier en la frontera y se firmaron varios tratados. Estos tratados han funcionado muy poco, muy poco, porque la mentalidad lo impide, la desconfianza entre ambas élites, ambas sociedades y ambas naciones, pero sobre todo entre las élites, lo ha impedido. 

Yo creo que a pesar de todo esto hay áreas en donde se pueden mejorar las relaciones. Voy a mencionar algunas pues estos tratados, más otros protocolos y acuerdos y negociaciones, siempre apuntan a diversas áreas de interés que las élites que manejan los gobiernos de ambos países o los que han manejado perciben que son áreas donde se puede trabajar conjuntamente. En la misma área del Estado se habla siempre de cuestiones comerciales, arancelarias, asuntos fronterizos propiamente dichos, de regulación de viajes, turismo, cuestiones de control militar y policial, de salud. 

Un ejemplo: en el año 79 tuvimos una epidemia de fiebre porcina que tuvo que ser manejada en toda la isla. De la misma manera, las autoridades sanitarias siempre mencionan el otro lado de la isla cuando discuten cuestiones epidemiológicas, como el control de la malaria, etcétera. 

A nivel social, a nivel de los pueblos, ya no del Estado, hay áreas en las cuales somos muy conscientes que hay que trabajar. La principal de esas áreas, me parece a mí, se refiere a la tolerancia racial, a las cuestiones de convivencia pacífica en ambos territorios para que un dominicano pueda circular libremente en Haití sin sentir miedo, y para que un haitiano pueda circular libremente en Santo Domingo si sentir miedo y sin ser golpeado o arrestado por la policía por su color. 

En cuestiones de comercio, de libertad de comercio, de turismo y de inversiones hay también áreas de interés común que se mencionan continuamente y se señalan como de alta prioridad para ambos países. He estado viendo de cerca algunos acontecimientos que han venido ocurriendo durante los últimos dos años y, particularmente, durante este último año, y creo que podemos decir que la situación está cambiando. 

Creo que las relaciones domínico-haitianas están cambiando y que, en última instancia, sólo tienen un camino posible que es el de su mejoría. Podrá haber recaídas y dificultades, pero las relaciones domínico-haitianas no pueden sino mejorar en el mediano y en el largo plazo. Y les voy a dar mi explicación del porqué creo eso. Debo decir, en primer lugar, que las relaciones domínico-haitianas difícilmente podrán ser peores de lo que fueron con Trujillo y de lo que han sido con Balaguer.

 Balaguer va a terminar aunque no quiera, va a terminar. Sin él, las relaciones no podrán ser peores, tendrán que ser mejores, pues durante su gobierno ha habido una política sistemática, consciente, dirigida personalmente por el presidente de la República Dominicana para que las relaciones domínico-haitianas no puedan mejorar. Una víctima propiciatoria de esta política ha sido el Embajador Guy Alexandre, y por más esfuerzos que el Embajador Alexandre ha realizado para que las relaciones mejoren, los que manejan el gobierno dominicano no permiten que mejoren más allá de un punto en que sean utilitariamente controladas. 

En segundo lugar, la República Dominicana y Haití están inmersos en un intenso proceso de cambio político. El régimen de partidos en la República Dominicana está cambiando, y el régimen de partidos en Haití también ha cambiado y seguirá cambiando. En la República Dominicana estoy absolutamente seguro de que el gobierno dominicano va a cambiar el año que viene, y con él también van a cambiar las relaciones domínico-haitianas, no importa quien gane las próximas elecciones. 

Hay tres candidatos con posibilidades presidenciales y cualquiera de los tres que gane va a manejar las relaciones domínico-haitianas en forma diferente a como las ha manejado Balaguer pues la sociedad dominicana hace tiempo que viene demandando que esas relaciones se manejen en forma diferente. En tercer lugar, existe algo que no existía antes, esto es, una prédica y un discurso intelectual que permean poco a poco, y que favorecen y demandan el mejoramiento de las relaciones domínico-haitianas. Este seminario forma parte de esa dinámica. 

Este es uno de los muchísimos eventos que han venido ocurriendo en Estados Unidos, en República Dominicana y en Haití, en donde intelectuales, académicos, hombres de negocios y gente común piden que haya una mejoría en las relaciones domínico-haitianas señalando, al mismo tiempo, cómo deben mejorar esas relaciones. De manera que hay todo un flujo, un aporte, una erupción de ideas que tienden a señalar caminos de mejoramiento entre ambos países. En cuarto lugar, existe un importante cambio en la conciencia racial dominicana. Yo estoy convencido de eso. He estado estudiando la evolución de la conciencia racial dominicana durante 20 años. He escrito sobre el asunto y puedo decir que la diáspora ha sido co-responsable de este cambio. Para demostrarlo voy a usar una frase fuerte, pónganla entre comillas, si quieren, pues aquí hay una señora presente que cuando la escuchó por primera vez se sintió un poco conmovida. 

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