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jueves, 28 de julio de 2016
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(en este texto se han omitido las referencias, cuadros y notas a pie de página que figuran en el libro original)
Cuando un profano en misterios teológicos se pone a leer los pasajes neotestamentarios que relatan la resurrección de Jesús —que es el episodio fundamental en el que se basa el cristianismo para demostrar la divinidad de Jesús—, espera encontrar una serie de relatos pormenorizados, sólidos, documentados y, sobre todo, coincidentes unos con otros. Pero los textos de los cuatro evangelistas nos dan justamente la impresión contraria. A tal punto son contradictorios los relatos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan que, si sus declaraciones fuesen presentadas ante cualquier tribunal de justicia, ningún juez podría aceptar sus testimonios como base probatoria exclusiva para emitir una sentencia. Basta con comparar los relatos de to-dos ellos para darse cuenta de la fragilidad de su estructura interna y, por tanto, de su escasa credibilidad. 

Después de que Jesús expirase en la cruz, según refiere Mateo, «llegada la tarde, vino un hombre rico de Arimatea, de nombre José, discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato entonces ordenó que le fuese entregado [puesto que estaba en poder del juez?. El, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo, que había sido excavado en la peña, y corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, se fue. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro» (Mt 27,57-61).

En la versión de Marcos, José de Arimatea es ahora un «ilustre consejero (del Sanedrín), el cual también esperaba el reino de Dios» (Mc 15,43) y Pilato no reclama el cuerpo de Jesús al juez sino al centurión que controló la ejecución: «Informado del centurión, dio el cadáver a Jo-sé, el cual compró una sábana, lo bajó, lo envolvió en la sábana y lo depositó en un monumen-to que estaba cavado en la peña, y volvió la piedra sobre la entrada del monumento. María Magdalena y María la de José miraban dónde se le ponía» (Mc 15,45-47). 

El relato que proporciona Lucas, en Lc 23,50-56, es substancialmente coincidente con éste de Marcos —ya que en éste se inspiró—, pero en Juan la historia ocurre en un contexto llamativamente diferente: «Después de esto rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había ve-nido a El de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepul-tar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un se-pulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús» (Jn 19,38-42). 
Ahora José de Arimatea es «discípulo de Jesús» y no parece ser miembro del Sanedrín ju-dío; esa víspera del sábado surge de la nada Nicodemo, que le ayuda a transportar el cadáver de Jesús y lo amortajan (en los otros Evangelios, como veremos enseguida, eran varias muje-res las que iban a amortajarle y eso sucedía en la madrugada del domingo); y se le entierra en un sepulcro que ya no es señalado como propiedad de José de Arimatea y al que se recurre «por estar cerca».

Retomando el texto de Mateo seguimos leyendo: «Al otro día, que era el siguiente a la Pa-rasceve, reunidos los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato, le dijeron: Señor, recordamos que ese impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, guardar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, le roben y digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos (...) Ellos fueron y pusieron guardia al sepulcro después de haber sellado la piedra» (Mt 27,62-66). Estos versículos afirman al menos dos co-sas: que era conocida por todos la advertencia de Jesús acerca de su resurrección al tercer día y que el sepulcro estaba guardado por soldados romanos.

El relato de Mateo prosigue: «Pasado el sábado, ya para amanecer el día primero de la se-mana, vino María Magdalena con la otra María [María de Betania? a ver el sepulcro. Y sobrevi-no un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y acercándose removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. De miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos. El ángel, dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús el crucifica-do. No está aquí; ha resucitado, según lo había dicho...» (Mt 28,1-6).

La versión de Marcos difiere substancialmente de esta de Mateo ya que relata el suceso de esta otra forma: «Pasado el sábado, María Magdalena, y María la de Santiago [María de Beta-nia?, y Salomé compraron aromas para ir a ungirle. Muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento. Se decían entre sí: ¿Quién nos re-moverá la piedra de la entrada del monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba remo-vida; era muy grande. Entrando en el monumento, vieron a un joven sentado a la derecha, ves-tido de una túnica blanca, y quedaron sobrecogidas de espanto...» (Mc 16,1-5) y, como en Ma-teo, el antes ángel ahora joven ordenó a las mujeres que dijeran a los discípulos que debían encaminarse hacia Galilea para poder ver allí a Jesús. 

En Lucas se dice: «y encontraron removida del monumento la piedra, y entrando, no halla-ron el cuerpo del Señor Jesús. Estando ellas perplejas sobre esto, se les presentaron dos hombres vestidos de vestiduras deslumbrantes. Mientras ellas se quedaron aterrorizadas y ba-jaron la cabeza hacia el suelo, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí; ha resucitado (...) y volviendo del monumento, comunicaron todo esto a los once y a todos los demás. Eran María la Magdalena, Juana y María de Santiago y las demás que esta-ban con ellas. Dijeron esto a los apóstoles pero a ellos les parecieron desatinos tales relatos y no los creyeron. Pero Pedro se levantó y corrió al monumento, e inclinándose vio sólo los lien-zos, y se volvió a casa admirado de lo ocurrido» (Lc 24,1-12). 

Nótese que el antes ángel y después joven es ahora «dos hombres» —y que ya no mandan ir hacia Galilea dado que, según se dice algo más abajo, en Lc 24,13-15, Jesús resucitado acudió al encuentro de los discípulos en Emaús—; las tres mujeres se han convertido en una pequeña multitud; y Pedro visita el sepulcro personalmente.

Nótese que si bien Emaús (Lucas) estaba a unos 12 kilómetros de Jerusalén, Galilea (Mar-cos y Mateo), en especial si pensamos en la zona de vida pública de Jesús, estaba a más de 150 kilómetros del lugar de la crucifixión. ¿Para qué hacer andar tanto a los apóstoles si Jesús pensaba aparecerse en privado? Lucas, con más sensatez que los dos primeros evangelios en los que se inspiró, les hizo citar a poco trecho del lugar de los hechos.

Según Juan, «El día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era de noche, al monumento, y vio quitada la piedra del monumento. Corrió y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Han tomado al Señor del monumento y no sabemos donde le han puesto. Salió, pues, Pedro y el otro discípulo y fueron al monumento. Ambos corrían; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó prime-ro al monumento, e inclinándose, vio las bandas; pero no entró. Llegó Simón Pedro después de él, y entró en el monumento y vio las fajas allí colocadas, y el sudario (...) Entonces entró también el otro discípulo que vino primero al monumento, y vio y creyó; porque aún no se habían dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que El resucitase de entre los muer-tos. Los discípulos se fueron de nuevo a casa. María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde le han puesto. Diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús ...» (Jn 20,1-18).
Ahora son dos y no uno o ninguno los discípulos que acuden al sepulcro, pero una sola la mujer (que ya no va a ungir el cuerpo de Jesús); en su alucinante metamorfosis, el ángel/joven/dos hombres se ha convertido en «dos ángeles» que aparecen situados en una nueva posición, que pronuncian palabras diferentes a sus antecesores en el papel y que, como en Lucas, tampoco ordenan ir a ninguna parte dado que Jesús no espera a llegar Galilea o Emaús para aparecerse y lo hace allí mismo, junto a su propia tumba.

Si resumimos la escena tal como la atestiguan los cuatro evangelistas inspirados por el Es-píritu Santo obtendremos el siguiente cuadro: en Mateo las mujeres van a ver el sepulcro; se produce un terremoto; baja un ángel del cielo; remueve la piedra de la entrada de la tumba y se sienta en ella; y deja a los guardias «como muertos». 

En Marcos las mujeres (que ya no son sólo las dos Marías, puesto que se suma Salomé) van a ungir el cuerpo de Jesús; no hay terremoto; la piedra de la entrada ya está quitada; un joven está dentro del monumento sentado a la derecha; y los guardias se han esfumado

En Lucas, las mujeres, que siguen llevando ungüentos, son las dos Marías, Juana, que sustituye a Salomé, y «las demás que estaban con ellas»; tampoco hay terremoto ni guardias; se les presentan dos hombres, aparentemente procedentes del exterior del sepulcro; se les anuncia que Jesús se les aparecerá en Emaús y no en Galilea, tal como se dice en los dos textos anteriores; y Pedro da fe del hecho prodigioso. 

En Juan sólo hay una mujer, María Magdalena, que no va a ungir el cadáver; no ve a nadie en el sepulcro y corre a avisar no a uno sino a dos apóstoles, que certifican el suceso; después de esto, mientras María llora fuera del sepulcro, se aparecen dos ángeles, sentados en la cabecera y los pies de dónde estuvo el cuerpo del crucificado; y Jesús se le aparece a la mujer en ese mismo momento. En lo único en que coinciden todos es en la desaparición del cuerpo de Jesús y en la vestimenta blanco/luminosa que llevaba el transformista ángel/joven/dos hombres/dos ángeles.

No hace falta ser ateo o malicioso para llegar a la evidente conclusión de que estos pasajes no pueden tener la más mínima credibilidad. No hay explicación alguna para la existencia de tantas y tan graves contradicciones en textos supuestamente escritos por testigos directos —y redactados dentro de un periodo de tiempo de unos treinta a cuarenta años entre el primero (Marcos) y el último (Juan)— e inspirados por Dios... salvo que la historia sea una pura elaboración mítica, tal como ya señalamos, para completar el diseño de la personalidad divina de Jesús asimilándola a las hazañas legendarias de personajes divinizados como Asclepios, Dionisio, Heracles y otros —tal como ya nos recordó Celso anteriormente—, y muy especialmente a las de los dioses solares jóvenes y expiatorios que le habían precedido, entre los que estaba Mitra, su competidor directo en esos días, que no sólo había tenido una natividad igual a la que se adjudicará a Jesús sino que también había resucitado al tercer día. 

Si leemos entre líneas los versículos citados, podremos darnos cuenta de algunas pistas interesantes para comprender mejor el ánimo de sus redactores. Marcos, el primer texto evangélico escrito, obra anónima pero tradicionalmente atribuida al traductor del apóstol Pedro, esbozó el relato mítico con prudencia y evitó las alharacas sobrenaturales innecesarias. Mateo, por el contrario, a pesar de que se inspiró en Marcos para escribir su obra, siguió siendo fiel a su estilo y se regocijó en adaptar leyendas paganas orientales al mito de Jesús, por eso —fuesen quienes fuesen los autores anónimos de este evangelio redactado en Egipto o Siria, en un con-texto social helenizado— en su texto aparecen —aunque no en los demás— los típicos terremotos y seres celestiales bajados del cielo propios de las leyendas paganas que vimos en apartados anteriores. 

El médico Lucas, ayudante de Pablo, que se inspiró en Marcos y Mateo puesto que jamás trató con nadie relacionado con Jesús, adoptó la misma mesura que Marcos y, dado que escribió —de hecho la autoría real es desconocida— en Roma, eliminó del relato las referencias ce-lestiales exóticas y aquellas que pudiesen herir susceptibilidades entre los romanos. Como su objetivo fue demostrar la veracidad del cristianismo (y también de este hecho, claro está) recu-rrió a sus típicas exageraciones y manipulaciones en pos de asegurarse la credibilidad. Por eso convirtió en hombre maduro a quien había sido un joven o un ángel y dobló su presencia para mejor testimonio. 

Otro tanto sucedió con las mujeres —a las que ni él ni Pablo concedían demasiada credibili-dad—, que presentó como a un grupo numeroso para así poder compensar en alguna medida el patriarcal menosprecio judío a la mujer, tenida por crédula genética, gracias a la cantidad de testimonios coincidentes; pero, aún así, Lucas creyó necesario incluir el testimonio de un varón para que el relato pareciese razonable y ahí hizo su aparición Pedro. El apóstol Pedro no só-lo gozaba de credibilidad entre la comunidad judeocristiana sino que era el oponente más duro de Pablo, así que al incluirlo en el relato se lograban dos cosas a la vez: dar veracidad al hecho por su testimonio de varón y materializar una sutil venganza en su contra mermándole su mas-culinidad y prestigio al presentarlo solo en medio de un grupo de mujeres.

En Juan, el más místico de los cuatro, los hombres volvieron a ser transformados en ángeles (dos, por supuesto), la mujer fue una sola y con un papel totalmente pasivo y, en sintonía con la conocida pasión que evidencia el redactor de este Evangelio por el Jesús divino, no pu-do aguardar para hacerle aparecer en Galilea y le hizo materializarse en su propia sepultura para mayor gloria. Pero vemos también que en este relato aparecen dos discípulos, Pedro y «el otro discípulo a quien Jesús amaba»; al margen de comprobar otra vez como a cada nuevo evangelio se va doblando la cantidad de testigos, la elección de estos dos hombres no es casual. Pedro debía aparecer puesto que antes lo había situado Lucas en la escena, pero el otro tenía que figurar también dado que se trataba de la fuente de quien supuestamente partía ese relato. 

Si recordamos lo ya documentado con anterioridad, sabremos que el autor del Evangelio de Juan no fue el apóstol Juan, sino el griego Juan “el Anciano” —que se basó en las memorias del judío Juan el Sacerdote, el “discípulo querido”—. En los versículos de Juan se presenta a Juan el Sacerdote corriendo hacia el sepulcro junto a Pedro, pero ganándole la carrera, que por algo éste es su texto particular, con lo que quedaba sutilmente valorado por encima de Pedro. Juan fue el primero en ver la tela del sudario pero, sin embargo, fue Pedro quien entró por delante en la sepultura; la razón para ello es bien simple: dado su oficio sacerdotal, Juan, para no adquirir impureza, no podía penetrar en el sepulcro hasta no saber con certeza que allí ya no había ningún cadáver; cuando Pedro se lo confirmó, él también entró «vio y creyó». Al igual que ocurre en toda la Biblia, las motivaciones humanas de los escritores dichos sagrados son tan poderosas y visibles que oscurecen cuantos rincones se pretenden llenos de luz divina. 

Repasando lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca de la actitud de los discípulos frente a la resurrección de Jesús volvemos a quedar sorprendidos ante la incredulidad que demuestran éstos al recibir la noticia. En Mt 27,63-64, tal como ya pudimos leer, se dice que era tan notorio y conocido por todos que Jesús había prometido resucitar al tercer día que el Sanedrín forzó a Pilato a poner guardias ante el sepulcro y a sellar su entrada. Y en Lucas se refresca la memoria de las mujeres desconsoladas ante la sepultura vacía diciéndoles: «Acordaos cómo os habló [Jesús? estando aún en Galilea, diciendo que el Hijo del hombre había de ser entregado en poder de pecadores, y ser crucificado, y resucitar al tercer día» (Lc 24,7). 

Todos estaban, pues, advertidos, pero a los apóstoles, según sigue diciendo Lc 24,11, «les parecieron desatinos tales relatos [el sepulcro vacío que habían encontrado las mujeres? y no los creyeron». Las mujeres de Mc 16,8 «a nadie dijeron nada» aunque a renglón seguido María Magdalena se lo contó a los apóstoles que «oyendo que vivía y que había sido visto por ella, no lo creyeron» y, a más abundamiento «Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos [apóstoles? que iban de camino y se dirigían al campo. Estos, vueltos, dieron la noticia a los demás; ni aun a éstos creyeron» (Mc 16,12-13). En Juan, Pedro y Juan el Sacerdote «aún no se habían dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que El resucitase de entre los muertos» (Jn 20,9).

A Pedro, en especial, se le presenta en los Evangelios rechazando con vehemencia la posibilidad de la pasión y recibiendo por ello un durísimo reproche de parte de Jesús, pero ¿cómo podía seguir mostrándose incrédulo ante la noticia de la resurrección de su maestro alguien que había visto fielmente cumplidos los vaticinios de Jesús acerca de su detención y muerte, así como el que advertía que él mismo le negaría tres veces? Resulta ilógico pensar que apóstoles, que habían sido testigos directos de los milagros que se atribuyen a Jesús, entre ellos el de la resurrección de la hija de Jairo —jefe de la sinagoga judía gerasena— y la de Lázaro , no pudiesen creer que su maestro fuese capaz de escapar de la muerte tal como tan repetidamente había anunciado si hemos de creer en los versículos siguientes:
En Mc 8,31 Jesús, reunido con sus apóstoles, «Comenzó a enseñarles cómo era preciso que el Hijo del hombre padeciese mucho, y que fuese rechazado por los ancianos y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y que fuese muerto y resucitara después de tres días. Claramente se hablaba de esto». 

Mientras todos estaban atravesando el lago de Galilea, según Mc 9,30-32, Jesús «iba enseñando a sus discípulos, y les decía: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le darán muerte, y muerto, resucitará al cabo de tres dí-as. Y ellos no entendían esas cosas, pero temían preguntarle». La tercera predicción de Jesús acerca de su inminente pasión figura en Mc 10,33-34 cuando se dice: «Subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, que le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de El y le escupirán, y le azotarán y le darán muerte, pero a los tres días resucitará». Y en Mc 14,28-29, mientras se dirigían hacia el monte de los Olivos, encontramos a Jesús afirmando: «pero después de haber resucitado os precederé a Galilea». 

La inexplicable incredulidad de los apóstoles ante la noticia de la resurrección de Jesús resulta aún mucho más alarmante cuando leemos el testimonio de Mateo acerca del suceso que siguió a la muerte del mesías judío: «Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró. La cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas; se abrieron los monumentos, y muchos cuerpos de santos que dormían, resucitaron, y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de El, vinieron a la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y los que con él guardaban a Jesús, viendo el terremoto y cuanto había sucedido, temieron sobremanera y se decían: Verdaderamente, éste era el hijo de Dios...» (Mt 27,50-54).

Ante este testimonio inspirado de Mateo sólo caben dos conclusiones: o el relato es una absoluta mentira —con lo que también se convierte en una invención el resto de la historia de la resurrección—, o la humanidad de esa época presentaba el nivel de cretinéz más elevado que jamás pueda concebirse. Una convulsión como la descrita no sólo hubiese sido la “noticia del siglo” a lo largo y ancho del Imperio romano sino que, obviamente, tendría que haber llevado a todo el mundo, judíos y romanos incluidos, con el sumo sacerdote y el emperador al frente, a peregrinar ante la cruz del suplicio para aceptar al ejecutado como el único y verdadero «hijo de Dios», tal como supuestamente apreciaron, con buen tino, el centurión y sus soldados; pero en lugar de eso, nadie se dio por aludido en una sociedad hambrienta de dioses y prodigios, ni cundió el pánico entre la población —máxime en una época en la que buena parte de los judíos esperaban el inminente fin de los tiempos, cosa que también había creído y predicado el propio Jesús—, ni tan siquiera logró que los apóstoles sospechasen que allí estaba a punto de suceder algo maravilloso y por eso les pilló fuera de juego la nueva de la resurrección. Es el colmo del absurdo. 

Además, ¿cómo no iban a llamar la atención y despertar la alarma los muchos santos que, según Mateo, salieron de sus tumbas y se pasearon por Jerusalén entre sus moradores? Unos santos de los que, por cierto, no se dice quienes eran (ni la razón de su santidad), ni quienes los reconocieron como tales, ni a quienes se aparecieron y que, tal como expresa el texto, resucitaron antes que el propio Jesús, con lo que se invalida absolutamente la doctrina de que la resurrección de los muertos llegó sólo a consecuencia (y después) de la protagonizada por Jesús. Los santos resucitados de Mateo acabaron por convertirse en un buen problema para la Iglesia. 

Si, hartos de tanta contradicción, intentamos descubrir algún indicio sobre el fundamento de la resurrección, nos meteremos de nuevo en medio de otro mar de dudas distinto y no menos insalvable. Es creencia común entre los cristianos actuales que Jesús posee el poder de resucitar a los muertos en el día del Juicio Final pero, sorprendentemente, ni Mateo, ni Marcos, ni Lucas dijeron palabra alguna al respecto —¿no se habían enterado de tan buena nueva?—, sólo el místico y esotérico Juan, en la primera década del siglo II d.C., vino a llenar este incomprensible vacío con versículos como los siguientes: «Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,40); «Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le trae, y yo le resucitaré en el último día» (Jn 6,44); o «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día» (Jn 6,54).

Lucas, cuando escribió los Hechos de los Apóstoles, tampoco mostró que su jefe Pablo es-tuviese convencido del papel a jugar por Jesús respecto a la resurrección final, ya que cuando el apóstol de los gentiles se halló delante del procurador romano le dijo: «Te confieso que sirvo al Dios de mis padres con plena fe en todas las cosas escritas en la Ley y en los Profetas, según el camino que ellos llaman secta, y con la esperanza en Dios que ellos mismos tienen de la resurrección de los justos y de los malos...» (Act 24,14-15). Pablo, como judío, reservaba a Dios la capacidad de resurrección, no al Jesús divinizado o a cualquier otro.

Pero el mismo Lucas, sin embargo, en unos versículos que preceden a los citados, presentó al apóstol Pedro predicando en Lidia y obrando curaciones milagrosas, como la del paralítico Eneas (Act 9,33-35), y prodigios como el de la resurrección de Tabita, una discípula del pueblo de Joppe que murió tras una enfermedad «y, lavada, la colocaron en el piso alto de la casa. Está Joppe próximo a Lidia; y sabiendo los discípulos que se hallaba allí Pedro, le enviaron dos hombres con este ruego: No tardes en venir a nosotros. Se levantó Pedro, se fue con ellos y luego le condujeron a la sala donde estaba, y le rodearon todas las viudas, que lloraban, mostrando las túnicas y mantos que en vida les hacía Tabita. Pedro los hizo salir fuera a todos, y puesto de rodillas, oró; luego, vuelto al cadáver, dijo: Tabita, levántate. Abrió los ojos, y viendo a Pedro, se sentó. En seguida le dio éste la mano y la levantó, y llamando a los santos y viudas, se la presentó viva» (Act 9,36-41). 

Un millar de años antes, los profetas Elías y Eliseo ya hacían esos mismos prodigios sin despeinarse. Elías, afincado en Sarepta (Sidón), en casa de una viuda a la que Dios ordenó que le mantuviera (1 Re 17,9-12) tuvo que recurrir al milagro cuando la viuda, nada más llegar el profeta, le dijo que no tenía ni pan, pero Elías, tan hambriento como devoto, logró que la harina y el aceite se multiplicase y no faltase en las tinajas de esas casa (1 Re 17,13-16). Cuando ya podían comer, el hijo de la viuda enfermó y murió (1 Re 17,17-18), pero Elías invocó a Yahvé (1 Re 17,19-23) «y volvió dentro del niño su alma y revivió».
Eliseo, discípulo de Elías, estando en Samaria, hizo justo lo mismo que su maestro, pero mejor: solucionó la pobreza de una viuda convirtiendo en muchos cántaros comerciables el cantarito de aceite que le quedaba a ésta (2 Re 4,1-7), hizo concebir a la esposa de un anciano en cuya casa él se alojaba (2 Re 4,12-17) —toda pregunta al respecto también resulta embarazosa—, pero el niño que nació creció hasta no se sabe qué edad y murió, un tropiezo que Eliseo apañó sin problemas resucitándole (2 Re 4,21-37) —y lo hizo de igual forma que Elías con su propio niño muerto; si la historia fue buena para uno, también lo era para el otro (economía creativa)—, saneó aguas contaminadas y sopas envenenadas (2 Re 4,38-41), alimentó a cien personas multiplicando la capacidad de veinte panecillos de cebada y de trigo (2 Re 4,41-44), curó a un leproso (2 Re 5,1-13)... Queda claro, y es palabra de Dios, que Eliseo, con resucitado incluido, hizo milagros equivalentes a los que le atribuirán a Jesús escritores que conocían bien estos relatos de los dos libros de Reyes. 

Es evidente, también, que, en esos días, al menos desde Elías a Jesús, no hacía falta ser Dios o Jesús-Cristo para poder resucitar al prójimo y, en todo caso, no se precisaba ser nadie en especial para que Dios acordara devolverle la vida ¿a qué entonces tanto alboroto con la resurrección del «Hijo de Dios»? ¿es que no merecen idéntico alborozo la resurrección de Lázaro, la de Tabita o la de los dos niños de los tiempos proféticos? Dado que los textos de las Escrituras van avalados por la “palabra de Dios”, las resurrecciones que refieren sólo pueden ser ciertas e igualmente meritorias e indiciarias —¿de divinidad?— todas ellas o, por el contra-rio, deben ser consideradas meras fabulaciones todas ellas sin excepción.

Entre las gentes de esa época ya era común la creencia en que Dios podía resucitar a los muertos, por lo que parecería obvio pensar que Jesús fue resucitado por obra y voluntad ex-presa de Dios, tal como muy bien se indica, entre otros, en los versículos de Act 2,23-24: «a éste [Jesús de Nazaret?, entregado según el designio determinado y la presencia de Dios, después de fijarlo (en la cruz) por medio de hombres sin ley, le disteis muerte. Al cual Dios le resucitó después de soltar las ataduras de la muerte, por cuanto no era posible que fuera do-minado por ella...»; pero otro texto, tan inspirado por Dios como éste, parece indicar que es el propio Jesús quien tiene la potestad de resucitarse a sí mismo: «Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y poder para volver a tomarla. Tal es el mandato del Padre que he recibido» (Jn 10,17-18), y poco después se añade: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25). En cualquier caso, dado que la Iglesia manda tomar por cierta cada palabra de la Biblia, quizá no deberíamos encontrar contradicción alguna entre el hecho de que Jesús fuese resucitado por Dios o por sí mismo... al fin y al cabo, ambos acabarían pasando a formar parte de una sola y trina personalidad divina. 

Pero, por mucha fe que se le ponga, resulta de nuevo imposible obviar las disparidades que aparecen en el Nuevo Testamento cuando se relata el hecho memorable —según cabe suponer— de la aparición de Jesús ya resucitado a los apóstoles. 

En Mateo, después que las dos Marías encontraran el sepulcro vacío y se dirigieran corriendo a comunicarlo a los discípulos, «Jesús les salió al encuentro, diciéndoles: Salve. Ellas, acercándose, asieron sus pies y se postraron ante El. Díjoles entonces Jesús: No temáis; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán» (Mt 28,9); y el relato concluye diciendo que «Los once discípulos se fueron [desde Jerusalén? a Galilea, al monte que Jesús les había indicado, y, viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron, y acercándose Jesús, les dijo: Me ha sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra...» (Mt 28,16-18).

En Marcos, «Resucitado Jesús la mañana del primer día de la semana, se apareció primero a María Magdalena (...) Ella fue quien lo anunció a los que habían vivido con El...» (Mc 16,9-10); «Después de esto se mostró en otra forma a dos de ellos que iban de camino y se dirigían al campo» (Mc 16,12); ya en Galilea (se supone) «Al fin se manifestó a los once, estando re-costados a la mesa, y les reprendió su incredulidad...» (Mc 16,14); y, finalmente, «El Señor Jesús, después de haber hablado con ellos, fue levantado a los cielos y está sentado a la diestra de Dios» (Mc 16,19).

En Lucas, «El mismo día [domingo, tras el descubrimiento de la sepultura vacía?, dos de ellos iban a una aldea (...) llamada Emaús, y hablaban entre sí de todos estos acontecimientos. Mientras iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó e iba con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle (...) Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron, y desapareció de su presencia» (Lc 24,13-31), después de esto «En el mismo instante se levantaron, y volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que les dijeron: El Señor en verdad ha resucitado y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo le reconocieron en la fracción del pan. Mientras esto hablaban, se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros (...) Le dieron un trozo de pez asado, y tomándolo, comió delante de ellos» (Lc 24,33-43); finalmente, «Los llevó cerca de Betania, y levantando sus manos, les bendijo, y mientras los bendecía se alejaba de ellos y era llevado al cielo» (Lc 24,50-51).

En Juan, mientras María Magdalena permanecía fuera del sepulcro llorando «se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús (...) María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: “He visto al Señor” y las cosas que había dicho» (Jn 20,14-18). «La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban los discípulos por temor de los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos...» (Jn 20,19). «Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos (...) Vino Jesús, cerradas las puertas, y, puesto en medio de ellos...» (Jn 20,26). «Después de esto se apareció Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se apareció así: Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea, y los de Zebedeo, y otros dos discípulos. Díjoles Simón Pedro: Voy a pescar (...) Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no pescaron nada. Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa; pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús (...) El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces (...) Jesús les dijo: Venid y comed...» (Jn 21,1-12). 

Según los Hechos de los Apóstoles de Lucas, Jesús apareció ante sus apóstoles durante nada menos que cuarenta días: «después de su pasión, se presentó vivo, con muchas pruebas evidentes, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Act 1,3) y, al fin «fue arrebatado a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos» (Act 1,9). 

Pero Pablo, por su parte, complicó aún más la rueda de apariciones cuando testificó que «lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, luego a los doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos permanecen todavía, y algunos durmieron; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto , se me apareció también a mí» (I Cor 15,3-8).

Tomando en cuenta los denodados esfuerzos —con milagros incluidos— que, según cuentan los relatos neotestamentarios, había hecho Jesús, durante su vida pública, para intentar convencer de su mensaje a las masas ¿no resulta increíble que se apareciera solamente ante sus íntimos y no ante todo el pueblo o el procurador Pilato que le ajustició, despreciando así su mejor oportunidad para convertir a todo el Imperio romano de una sola vez? 

Por otra parte, si repasamos lo dicho en todos estos testimonios inspirados que acabamos de exponer, tal como lo resumimos en el cuadro que insertaremos seguidamente, deberemos convenir que no es creíble en absoluto que un suceso tan fundamental como éste se cuente de tantas formas diferentes y que cada autor sagrado haga aparecer a Jesús las veces que le venga en gana y en los lugares y ante los testigos que se le antojen.

Cuadro 4: Apariciones de Jesús después de su resurrección



(...)

Los machistas Lucas y Pablo excluyeron a María Magdalena de entre los privilegiados testigos de las apariciones de Jesús, mientras que para los otros fue la primera en verle. Las apariciones en el camino cerca de Jerusalén sólo figuran en Marcos y en Lucas (que toma el dato de éste) y aportan contextos muy diferentes. 



La presencia de Jesús ante sus apóstoles cuando aún estaban en Jerusalén fue relatada por Lucas, Juan y Pablo, que no conocieron a Jesús ni fueron discípulos suyos, pero inexplicablemente la omitieron quienes se supone que estaban allí, esto es el apóstol Mateo y Pedro (cuyas presuntas memorias originaron el texto de Marcos). 

Las apariciones de Jesús en Galilea sólo figuran en Mateo, Marcos y Juan, pero fueron situadas, respectivamente, en escenas y comportamientos absolutamente diversos que acontecieron en lo alto de una montaña, alrededor de una mesa y pescando en el lago Tiberíades (¡¿?!). Lucas afirmó que hubo apariciones durante cuarenta días o un día, según el texto suyo (presuntamente) que se lea, y su maestro Pablo perdió toda mesura y compostura en su texto de I Cor 15,3-8, donde se situó a Jesús presentándose tanto a discípulos solos como a grupos de «quinientos hermanos». Por último, sólo en Marcos y en Lucas —que, en el mejor de los casos, se atribuyen a escritores que no fueron apóstoles— se dice que Jesús fue «levantado a los cielos», aunque, lógicamente, también se presentó el hecho en circunstancias substancial-mente distintas.

Dado que el más elemental sentido común impide creer que un evangelista hubiese dejado de enumerar ni una sola de las apariciones de Jesús resucitado, los vacíos y contradicciones tremendas que se observan sólo pueden deberse a que esos relatos fueron una pura invención destinada a servir de base al antiguo mito pagano del joven dios solar expiatorio que resucita después de su muerte, una leyenda que, como ya mostramos, se aplicó a Jesús sin rubor alguno.

Puestos a observar incongruencias, también aparecen ciertas dudas razonables cuando calculamos el tiempo que permaneció muerto Jesús. Si, tal como testifican los evangelistas, Jesús fue depositado en su sepulcro a finales de la tarde de un viernes —o de la noche, pues en Lc 23,54 se dice que «estaba para comenzar el sábado»— y el domingo «ya para amanecer» (Mt 28,1) Jesús había desaparecido del «monumento» debido a su resurrección en algún momento concreto que se desconoce, resulta que el nazareno no estuvo en su tumba más que unas seis horas, como máximo, el viernes, todo el sábado y otras seis horas o menos el do-mingo, eso hace un total de unas treinta y seis horas, un tiempo récord que es justo la mitad de las horas que debería haber pasado muerto para poder cumplirse adecuadamente la profecía que el propio Jesús había hecho a sus apóstoles al decirles que «El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le darán muerte, y muerto, resucitará al cabo de tres días» (Mc 9,31).

Por si algún cristiano piadoso quisiere defenderse como gato panza arriba argumentando que viernes, sábado y domingo, aunque no fueran completos, ya son los «tres días» profetiza-dos, será obligatorio recordar la respuesta que dio Jesús en Mt 12,38-40: «Entonces le interpelaron algunos escribas y fariseos, y le dijeron: Maestro, quisiéramos ver una señal tuya. El, respondiendo, les dijo: La generación mala y adúltera busca una señal, pero no le será dada más señal que la de Jonás el profeta. Porque, como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra». Es evidente, pues, que el tiempo de permanencia en el sepulcro, antes de resucitar, debía ser de tres días completos con sus respectivas noches.

Jesús, por tanto, no resucitó a los tres días de muerto sino al cabo de un día y medio, con lo que no pudo validarse a sí mismo mediante la «señal de Jonás», puesto que incumplió su re-iterada promesa por exceso de rapidez. Aunque, en cualquier caso, dejó constancia de su gloria y poder al vencer en su propio mito a su oponente el dios Mitra, que ese sí tuvo que pasar-se tres días enteros dentro de su tumba antes de poder resucitar.




En el caso de que la resurrección de Jesús hubiese sido un hecho cierto, cosa que este autor no tiene el menor interés en negar por principio, resulta absolutamente evidente que tal prodigio no aparece acreditado en ninguna parte de las Sagradas Escrituras; cosa bien lamen-table, por otra parte, ya que no se aborda esta cuestión —ni nada que se le relacione, aunque sea remotamente— en ningún otro documento contemporáneo ajeno a los citados. 

Mentiras fundamentales de la Iglesia católica. Barcelona: © Ediciones B., capítulo 5, pp. 257-280)
miércoles, 27 de julio de 2016
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(The Great Red Dragon and the Woman Clothed with the Sun. William Blake)

En la Biblia hay muchas conversaciones divertidas y entretenidas. A mi en lo particular me encanta el delicioso dialogo entre Balaam y su encantadora burra. También hay conversaciones algo Bizarras como las que tenía Dios con Moisés todo el tiempo, o la conversación entre el rico y Lázaro en el Nuevo Testamento. Pero en el presente artículo abordaremos la curiosa y reveladora entrevista entre Dios y Satanás en el libro de Job.
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Es un dialogo sumamente interesante ya que nos revela muchas particularidades tanto de Dios como de su oponente. Leamos textualmente como lo expresa la Biblia:


Job 1,6-12

1:6 Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás.

1:7 Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: De rodear la tierra y de andar por ella.

1:8 Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?

1:9 Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde?

1:10 ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra.

1:11 Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia.

1:12 Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová.

Job 2,1-7

2:1 Aconteció que otro día vinieron los hijos de Dios para presentarse delante de Jehová, y Satanás vino también entre ellos presentándose delante de Jehová.


2:2 Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondió Satanás a Jehová, y dijo: De rodear la tierra, y de andar por ella.


2:3 Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal, y que todavía retiene su integridad, aun cuando tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa?

2:4 Respondiendo Satanás, dijo a Jehová: Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida.

2:5 Pero extiende ahora tu mano, y toca su hueso y su carne, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia.

2:6 Y Jehová dijo a Satanás: He aquí, él está en tu mano; mas guarda su vida.

2:7 Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza.

Lo primero a considerar de este extraño dialogo es que, según la Biblia fue totalmente verídico. Algunos sensatos Creyentes alegan que este dialogo es simbólico y no literal, una especie de parábola donde se ilustra una prueba de fe para con el pobre de Job. Es que ésta conversación tiene tantas cosas insólitas y contradictorias que lo más lógico es creer que no fue real. Sin embargo en ninguna parte se insinúa que no sea cierta. Si leemos con cuidado todo el libro no hay ni una referencia a que fuese una parábola o moraleja. Recordemos que Job es para los creyentes un personaje real y no un mero simbolismo de redención y fe.

Analicemos a continuación y con detalle esta asombrosa conversación entre los representantes del bien y del mal.

Job 1:6 Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás.

De entrada vemos una situación muy singular. El versículo nos cuenta como al perecer estas “Reuniones” entre Dios y sus súbditos celestiales son muy frecuentes y normales. Tan es así que la reunión ocurre 2 veces (Job 2,1). Imagino que es cosa corriente hacer estas reuniones en el cielo estilo parrillada donde todos los fines de semana se reúne toda la familia, inclusive los parientes enemistados.

También vemos en este versículo como Satanás es descrito como un Hijo de Dios (por tanto hermano de Jesús); y al parecer es tratado con suma cortesía por el anfitrión. Siempre hemos pensado que Dios y Satanás son enemigos acérrimos y que no se pueden ver ni tolerar, pero extrañamente leemos en este versículo que sus reuniones no solo parecen ser frecuentes sino en un ambiente de total simpatía y complicidad.

Job 1:7 Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: De rodear la tierra y de andar por ella.

Dios le pregunta a Satanás ¿De dónde vienes?... esto es asombroso, recordemos que una de las cualidades que definen a Dios es la Omnisciencia, es decir que Dios lo sabe todo. Si Dios lo sabe todo (y de seguro sabe de donde viene Satanás) ¿A que viene esta pregunta? Esto nos vuelve a recordar a la pregunta que le hizo Dios a Adán en el Génesis luego de haber pecado ¿Dónde estas tu? (Génesis 3,9)

Job 1:8 Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?

Son ideas mías o esta conversación se asemeja a la que podríamos tener nosotros con algún amigo en una mesa de un bar. Llama mucho la atención la cotidianidad de cómo se dirige Dios a su opositor. Pareciese que Dios está presumiendo ante Satanás de lo bueno que resultó mister Job.
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Job 1:9 Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde?

1:10 ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra.

1:11 Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia.
Y claro, Satanás no puede aceptar tanta presunción y jactancia de Dios, y le responde al reto.

Job 1:12 Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová.

Amigo lector… ¿leyó bien? Dios acaba de darle permiso a Satanás para que perjudique a un buen hombre solo con el motivo de demostrar que tiene razón. Esto parece una mera resolución de una apuesta. Una especie de “¿Quién tiene la razón?”

¿O es que acaso Dios no sabe que Job permanecería fiel? ¿O Dios no sabe que en todo este asunto sufrirán personas inocentes como los hijos de Job, sus siervos y hasta su ganado? ¿Qué clase de Dios de amor es este?

Aquí termina la primera conversación entre Dios y Satán, lo cual es seguido de los lamentables hechos acaecidos en la familia y posesiones de Job. Luego (a manera de ver quien va ganando la apuesta) ambos vuelven a tener una conversación muy similar:

Job 2:1 Aconteció que otro día vinieron los hijos de Dios para presentarse delante de Jehová, y Satanás vino también entre ellos presentándose delante de Jehová.

Otra reunión más de la familia celestial. Imagino que son dominicales.

Job 2:2 Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondió Satanás a Jehová, y dijo: De rodear la tierra, y de andar por ella.

De nuevo la pregunta tonta por parte de Dios.

Job 2:3 Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal, y que todavía retiene su integridad, aun cuando tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa?

Esto si es interesante. Leemos que Dios le dice a Satanás: “Todavía retiene su integridad, aun cuando tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa”. Esto es verdaderamente increíble. ¡Dios está admitiendo que se deja “incitar” o intimidar por Satanás! Todos siempre hemos creído que Dios era independiente, todopoderoso y perfecto; ahora caemos en cuenta que es solo un títere de quien parece ser el que lleva las riendas en todo esto: Satanás.

Inclusive Dios admite que “Arruinó sin causa” al pobre de Job. ¿Dónde está el Dios que es infinitamente justo? ¿Qué clase de Dios es este que es capaz de arruinarle la vida a un buen hombre inclusive sabiendo que lo hace sin causa?

También este versículo nos demuestra que fue Dios y no Satanás quien daña al Job, contradiciendo lo expuesto en el versículo Job 1,12.

Amigos lectores, este versículo Job 2,3 es desde mi punto de vista el que más niega y contradice las cualidades de Dios. Creo que es el versículo más “Ateo” de toda la Biblia.

Job 2:4 Respondiendo Satanás, dijo a Jehová: Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida.
2:5 Pero extiende ahora tu mano, y toca su hueso y su carne, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia.

2:6 Y Jehová dijo a Satanás: He aquí, él está en tu mano; mas guarda su vida.

2:7 Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza.

¿Que clase de individuo es Dios que es capaz de dejarse influenciar por Satanás, cayendo en sus provocaciones? Ambos vuelven a intentar resolver su apuesta, y como siempre el perjudicado es el inocente Job.

No se si esta conversación es divertida o es una verdadera locura. ¿Hay algún creyente que la considere adecuada o medianamente moral? Son tantas las incoherencias aquí plasmadas que me parece imposible que entre tantas revisiones y cambios que ha sufrido la Biblia, la hayan dejado expuesta de esta manera.

Por cierto… ¿Quién fue el testigo de esta chiflada conversación? Según los pseudoestudiosos bíblicos el escritor de esta charla fue Moisés. Supongo que Moisés la escribió basado en una de las tantas conversaciones que tuvo en privado con el invisible Dios.

Siguiendo las características de la conversación escrita en Job, me los puedo imaginar conversando de forma casual, Moisés con su vino y a Dios con su néctar y ambrosía, disfrutando de su conversación como dos viejos amigos.
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lunes, 25 de julio de 2016
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El plagio de melania Listín Diario | "Observatorio Global" Autor: Leonel Fernández
@LeonelFernandez

En principio, su discurso fue recibido de manera entusiasta. Su personalidad irradiaba simpatía y elegancia. El contenido de su alocución, convincente. Su tono, apropiado. El aplauso final fue el reconocimiento de que su mensaje había calado en las mentes y corazones de los presentes.

Sin embargo, al día siguiente todo había cambiado. Se descubrió a través de Twitter que Melania Trump, la ex-modelo, esposa del candidato presidencial republicano Donald Trump, había incurrido en una de las faltas más graves en el mundo de las ideas y de la creación: el plagio.

Había copiado, literalmente, párrafos completos de un discurso pronunciado ocho años atrás por la actual Primera Dama de los Estados Unidos, Michelle Obama, en el momento en que su esposo, Barack Obama, era proclamado candidato presidencial del Partido Demócrata.

Los responsables de la candidatura de Donald Trump reaccionaron, inicialmente, tratando de mitigar el efecto del daño creado.

Afirmaban que eran frases comunes que cualquiera podría pronunciar. Que no había plagio alguno en las palabras de la aspirante a Primera Dama.

No obstante, según trascendió, hasta los propios familiares del candidato republicano se alzaron en cólera.

Estaban furiosos. Sabían que esa falta había deslucido el espectáculo de la convención y desmeritado el esfuerzo de la esposa del candidato en proyectar el lado humano de su figura.

Al final, se tuvo que admitir que algún desliz se había cometido.

Algunos intentaron atribuírselo a la propia Melania, ya que esta había afirmado con anterioridad que era la autora de su discurso.

Pero luego surgió otra versión.

La supuesta responsable sería Meredith McIver, encargada de redactar esa pieza oratoria.

Había olvidado eliminar los párrafos presuntamente sugeridos por Melania del discurso de Michelle Obama, en la última versión del texto.

Escritores de discursos

En los Estados Unidos existe una larga tradición de profesionales cuyo oficio consiste en la redacción de discursos. Son los llamados speechwriters en la lengua sajona. Los hay para todas las actividades y oficios.

Hay quienes los escriben para empresarios, comerciantes, artistas, y, por supuesto, para políticos.

En la actividad política, se cuenta que Alexander Hamilton llegó a escribir varios discursos para el primer presidente que tuvo la nación, George Washington.

De igual forma lo hizo John Quincy Adams para el presidente James Monroe, mejor conocido por la doctrina que lleva su nombre.

Durante el siglo XIX, tanto Andrew Johnson como Ulises S.

Grant tuvieron la asistencia de profesionales de la palabra para elaborar algunos de sus discursos.

Se cuenta, inclusive, que hasta el propio Abraham Lincoln, quien tenía fama de escribir sus propias alocuciones, en algún momento llegó a contar con el auxilio de quien había sido su rival político: William Seward.

Sin embargo, no fue sino hasta la segunda década del siglo XX cuando llegó a institucionalizarse, de manera definitiva, en territorio norteamericano, el uso de escritores de discursos para primeros mandatarios.

Ese fue el caso del presidente Warren Harding, quien contrató para esos fines a Judson Welliver, cuyo nombre sirve actualmente para designar a la asociación bipartidista de escritores de discursos de los Estados Unidos.

En tiempos más recientes se reconocen a varios destacados escritores de discursos para presidentes norteamericanos. Entre estos se encuentran Arthur Schlesinger Jr., quien los escribía para John F. Kennedy; Pat Buchanan para Richard Nixon; James Fallows para Jimmy Carter; y Peggy Noonan para Ronald Reagan.

Pero, tal vez, el más prominente de todos, lo haya sido Ted Sorensen, quien al igual que Schlesinger, redactaba los discursos pronunciados por uno de los más impactantes oradores de la política norteamericana contemporánea: el presidente John F. Kennedy.

Entre Kennedy y Sorensen había una gran conexión intelectual.

Se afirma que era su otra mitad; que su nivel de identidad con el presidente Kennedy era de tal magnitud que podía leer su mente y adelantarse en el pronunciamiento de sus palabras.

La capacidad de Sorensen en la redacción de discursos era tal que podía calcular el número de aplausos que la alocución concitaría.

Como parte de su leyenda se dice que antes de redactar una pieza oratoria preguntaba a su interlocutor con cuántos aplausos lo quería.

Así era ese genio de la palabra, a quien se le atribuye la famosa frase de Kennedy pronunciada en su toma de posesión: "No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, sino pregunta lo que tú puedes hacer por tu país".

De igual manera, fue su capacidad creativa la que estuvo detrás del memorable discurso del joven presidente norteamericano ante el Muro de Berlín, Ich bin ein Berliner (yo soy un ciudadano de Berlín).

Por su parte, en la actualidad, el presidente Barack Obama ha contado con dos jóvenes virtuosos de la palabra, quienes han sabido tejer sus discursos con la fuerza emotiva que suelen tener las intervenciones del primer presidente afroamericano de los Estados Unidos.

Se trata de Jon Favreau y Cody Keenan, quienes con menos 35 años de edad, al llegar a desempeñar sus funciones en la Casa Blanca, se convirtieron en los artesanos de la fabricación de imágenes, símbolos y significados que emplea el llamado hombre más poderoso del planeta.

La retórica del poder

Desde la antigüedad griega se discute acerca del papel de la dialéctica y la retórica en alcanzar el convencimiento o persuasión de los ciudadanos en relación a temas de interés colectivo.

Ya lo había expresado Aristóteles en su texto, La Retórica, el cual fue objeto de comentarios en los Diálogos de Platón, tanto en Gorgias como en Fedro.

En ambos trabajos se elaboran argumentos en torno al uso de la palabra como instrumento de convencimiento o de empleo de sofismas, manipulación y desinformación.

También, desde aquella época, el poder político siempre se ha entendido como una relación entre los que gobiernan y los que son gobernados. Esa relación de subordinación se logra, por un lado, en base al uso de la palabra, que confiere una especie de poder persuasivo; o por el contrario, mediante el empleo de la fuerza, lo que le otorga un poder coercitivo.

En todo caso, siempre se ha preferido la persuasión sobre la coerción. La fuerza de la palabra sobre el poder de la espada.

Sin embargo, para conquistar el poder por vía de la persuasión, es imprescindible disponer de un mensaje que se identifique con las necesidades, aspiraciones y esperanzas de quienes lo reciben.

Ese mensaje, a su vez, requiere de una estructuración, de un estilo retórico o narrativo, que exprese de manera simple, clara, racional, lógica, pero también emotiva, lo que constituye el objeto de la comunicación.

En adición a la simplicidad y claridad del mensaje, los que se dedican al oficio de elaboración de discursos suelen valerse de las llamadas figuras literarias o técnicas retóricas del lenguaje.

De ahí surge el poder de la metáfora, de las imágenes, de las analogías, como formas de transmisión de ideas con un sentido estético, de belleza, que producen un impacto emocional, y, por consiguiente, una capacidad de conmoción y de identificación con los valores expresados.

Todos los grandes discursos pronunciados en distintos momentos históricos, han logrado su trascendencia debido al uso adecuado de alguna imagen o metáfora que se hace memorable o imborrable en el tiempo.

Se trata de Abraham Lincoln, con su famosa frase: "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo"; de Franklin Delano Roosevelt, "a lo único que debemos temer es al miedo mismo"; de Winston Churchill "solo ofrezco sangre, sudor y lágrimas"; de Martin Luther King, con su famosa frase "Tengo un sueño"; y de Fidel Castro, "la historia me absolverá".

En su discurso, Melania Trump empleó una impactante y emocionante metáfora. Dijo así: "Mis padres me impregnaron valores: trabajar fuerte para lo que se desea en la vida. Que tu palabra te obligue, que haces lo que dices y mantienes tus promesas. Que se trata a la gente con respeto.

Me enseñaron a mostrar valores y moral en mi vida diaria. Esa es la lección que transfiero a nuestro hijo". Hermosas palabras. Magnífico mensaje. Elocuente testimonio.

Solo hay un problema. No son propiamente palabras auténticas de Melania Trump. Son, más bien, de Michelle Obama.

A eso, en el mundo de las letras se le conoce como plagio; y es lamentable que luego de un impresionante espectáculo de luces, música y algarabía, lo que la historia habrá de registrar es que se trató de un fraude, de un fiasco, de un plagio. El plagio de Melania.

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domingo, 24 de julio de 2016
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La religión es como un Cáncer virulento, infecciosos y contaminantes, le fe es la enemiga del desarrollo humano, las creencias enmarcan a un ser pensante en un zombis, que no hace caso ni reacciona ante nada, sólo los dictámenes que les inyectan en los centros de adoctrinación, las iglesias u sus escuelas dominicales y lugares de estudios teológicos, esas estupideces se les inyectan en las mentes de los niños, y por eso tú encuentra a una juventud dentro de los creyentes apática y conformista, sin aspiraciones, solo a predicar y ser un supuesto "siervo de dios" por lo que los padres, también adoctrinados les aplauden hasta que si tienen que dejar sus estudios, para hacer la supuesta voluntad de dios...! Algo muy triste en nuestra sociedades..

Los evangélicos, sobre todos los pentecostal es, llevan esa bandera de juicio y de destrucción y catástrofes planetarias, aduciendo que serena librado por su héroe, no sabiendo o ignorando por complemente, que esas fueron doctrinas y dichoso de hombres vagos de mentes ociosas, si oficios alguno como decimos por aquí, que en su enajenación y circunstancias que en la vida les tocó vivir, pues escribieron cosas producto de sus divagaciones mentales y oír el estado de sometimientos al que sufrieron, así que se idearon esos juicios contra sus verdugos, los plasmaron él pergaminos y al generación por generaciones que posteriormente encontraron esos escritos, pues pensaron con sus situaciones similares que se trataban de "inspiraciones divinas" pero no eran más que cartas de moribundos, gente que alucinaban por él hambre y las miserias que pasaban, así hoy día estos pseudo predicadores que se hacen llamar profetas y apologistas y escatólogos etc., piensan que las generaciones presente tienen la misma mentalidad que las generaciones milenarias y ancestrales que les sucedieron cosos...! Es inaudito e inverosímil saber que estos esbirros, son unos manipuladores, y tratan de tener el control mental de los grupos, sobre los que dominas, cada uno en su pequeña congregación donde consigue pan sus recursos, el dinero que los mantienen y que gastan y despilfarran sin escrúpulos. 

Tengo un dicho que encaja muy bien en este post.


 "Mientras más ignorante o más ignorancia haya en una persona, más creyente y mas fe tiene" y esto se deriva del estado de incapacidad y de debilidad, y de otros factores que influyen en el miedo y el temor por la pérdida de la vida, algo que naturalmente es de todos los seres vivos, pero la habilidad con que estos mancillan las mentes de gentes sencillas, influenciando les esos disparates, les da muy buenos resultado con los que aún siguen dormidos y estáticos, pensando que hay un dios que los vienen a salvar de sus precarias situaciones. Algo más iluso que realista, y ese es el estado de ilusión que crean estas fansticos con estos vídeos de fotoshop, cosas que cualquier perito de la informática y de la grafía electrónica puede hacer...! 

En conclusión, el detalle es que estos dichos proféticos y demás decires antiguos, siempre han existido, y siempre han habido desastres naturales sobre el planeta, las leyendas de destrucciones de la ciudad de Troya, Lemuria, La Atlántida y otras grandes civilizaciones, que hoy día son ausente y ni existen vestigios de que les pasó y que les sucedidos concreta,ente, aunque los arqueólogos y los historiadores, los,lingüistas y los filólogos, han podido dar pistas de las causas de esos desastres, sin embargo, dentro del contexto y la perfecto va de una religión, pues esos fueron castigos o juicios de dios, y lo peor es que los evangélicos les atribuyen a su dios, ser el que causó esos desastres o destrucciones, como en el caso de la Sodoma y Gomorra y otros ciudades antiguas mencionadas en la Biblia, como la muy famosa Torre de Babel, o el mismo famoso diluvio bíblico, esos hechos, s sucedido en aunque no os pongo en duda, al menos desde el contexto científico verificable, pero si dudo mucho en la forma en cómo se relatan en el Biblia, así que esas cosas no deben caer en lo que se dice un "PÁNICO COLECTIVO", porque esas son falsedades, el mundo para los distintos grupos religiosos, se ha estado acabando desde los días en quémalos romanos sometieron altos judíos y les des patriarca y los subyugaron.

Lo triste es, que ala razón humana se les puede engañar por un muy largo tiempo como lo han estado haciendo esta fascine rosas fanáticos desquiciados y enfermos mentales, pero no siempre, hay hoy día un despertar de conciencia, la fuente original de energía cósmica que nutre a todo ser vivo, ha dado luz a las mentes para un despertar de la conciencia humana, así que esos anuncias y aberrantes propagandas mediáticas y amarillistas, no escalarán en las mentes de las futuras generación. 

Si es dios judeocristiano, hubiera existido, luego de que se anunciará al mundo por los propagadores de sus palabras, pues ya se hubiera manifestado con o en algunas de las peores calamidades que le hubo acontecido a la humanidad. Los judíos sufrieron desde los días de Pompeyo el que los invadió desde décadas de años antes de esta era, pues hasta el sufrimiento con al destrucción de sus lugares sagrados, la destrucción de su templo y la deportación es, el destierro forzado y la eliminación de sus líneas de sangre de reyes y los linajes que ellos consideraron sagrados etc., además de las fugas años países de Europa y los sufrimientos en Alemania etc., etc., etc. Indica y da una señal bien clara de que ese dios, al que tildan de todopoderoso, de eterno, de omnisciente y omnipotente entro otros títulos más...! No es más que una ilusión, un dios ficticio creado en las mentes desesperadas por la impotencia de esas antiguos pueblo de vencer por las armas a sus des tractores y a sus enemigos, así que se imaginaron a un dios con con todos esos atributos y títulos, pero lamentablemente eso queda relegado solo en sus mentes...! Así que la nación de Israel o el estado actual de Israel, siendo ellos los depositarios de esas escrituras antiguas y de los dichos de esa profecías y siendo ellos las generaciones ascendentes y descendientes de videntes y rábanos y profetas julios, pues sencillamente ellos e dieron cuenta que eso era meramente religión, y con religión por sus experiencias en el pasado, no se llega a ningún lado, así que aprendieron la lección y decidieron inventar bombas atómicas y misiles de largo y corto alcances, para defenderse y hoy por hoy en contubernio con grandes imperios...! Se han convertido en el estado mejor armado del parlante, así que ese es su dios, las armas nucleares que poseen y por eso nadie los intimida, pues ellos tienen sus confianzas en sus ejército y en sus armas. 

Son estos locos viejos e ingenuos creyentes,maque se han tomado eso de las profecías judicatura en serio, porque creen que sosa ciertas y que fueron escritos e inspirados, por su dios, o por su Espíritu Santo, algo tan ficticio como él mismo vídeo y tan ilusorio como los que los crearon.. 

Saludos 
Autor : Juan Manuel 
sábado, 23 de julio de 2016
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4,000,000 de personas han visto este vídeo del supuesto fin del mundo para el 29 de Julio. Tan solo le queda 6 días al mundo para su fin según los cristianos publicaron en la página ELMAGEDON. Luego de miles comentarios, el administrador eliminó el vídeo; pero no sabía que ya habíamos hecho eco eco de la publicación y habíamos guardado el vídeo.

El próximo 29 de julio lamentablemente tendrá lugar el definitivo apocalipsis que acabará con la vida en nuestro planeta, afirma un vídeo que se ha vuelto viral subido a YouTube por el canal End Times Prophecie, que se dedica a estudiar la Biblia.

Según el contenido del vídeo, el viernes de la próxima semana los polos magnéticos de la Tierra se invertirán, dando paso así al apocalipsis. Esta inversión de polos provocaría fuertes terremotos y la temperatura cambiaría drásticamente, haciendo que la vida en nuestro planeta sea imposible.
En esta 'profecía' también se habla de que el Sol no tendrá luz, la Luna se volverá roja, así como también colapsaría la atmósfera y el nivel de los océanos se elevarían fuertemente. "La inversión polar hará que las estrellas corran por el cielo y el vacío creado por las oscilaciones de la Tierra tirarán la atmósfera hasta el suelo, tratando de alcanzarla", señala el vídeo.

Además de toda una serie de informes presuntamente científicos, la producción aporta todo tipo de implacables imágenes con los que explica que Cristo llegará en un caballo volador acompañado de un gran ejército para arrasar la Tierra, castigo del que solo sobrevivirán los justos. A pesar de lo exagerado que puede parecer el vídeo y de que evidentemente se trata de una campaña de publicidad, ha logrado causar pánico en una parte de los internautas y se ha vuelto viral: más de 2 millones de visitas y casi 4.000 comentarios.

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